El artista
argentino Jorge Macchi expone en el Museo de Arte Latinoamericano de Bueno
Aires más de sesenta obras que recorren el desarrollo de su carrera durante los
últimos veinte años.
Múltiples formatos,
diversas técnicas y trabajos provenientes de diferentes series plantearon un
primer desafío curatorial. Inicialmente concebida como una retrospectiva, la
muestra exhibe el trabajo de un artista en pleno desarrollo. Así es que surgió Perspectiva, un término que permitía jugar
con variadas acepciones. Por un lado, el interés por el código de
representación espacial, algo que Macchi retomará en varios de sus trabajos, y
por otro entendido como la posición en el presente a través de la cual una
persona, en este caso el espectador,
mira la historia.
“Una vez elegido el
título, empezamos a pensar cómo tenía que estructurase esta muestra. No fue
difícil acordar en que no debíamos organizarla cronológicamente, es decir, no
hay salas planteadas años tras año, antes bien pone en dialogo diferentes series de
trabajos sin importar el año en el que fueron hechos. Sin embargo también establecemos
nexos con obras que dispusimos muy distantes espacialmente pero muy cercanas a
nivel conceptual y de la imagen. Esto no es casual, considero que más allá de
la diversidad, la muestra está atravesada por hilos invisibles y mi interés es que
el espectador logre captarlos a pesar de que no sepa entender fehacientemente
qué son y qué exactamente lo que plantean”.
Fan, 2013. Ventilador metálico de techo. 53 x 142 x 142cm.
Cortesía Alexander and Bonin, Nueva York. Crédito fotográfico: Nicolás Beraza / MALBA |
El
sentido subvertido
Una de las primeras
obras en el recorrido es “Fan” (2013), un ventilador instalado en el vértice en
que confluyen dos muros, dificultosamente gira chocando contra ellos y
rompiéndolos. Según el propio artista este trabajo pone en escena una noción
que atraviesa varias de sus producciones, la del fantasma. Un objeto instalado
en un lugar que no le corresponde o en un tiempo que no es el suyo, se percibe
como una aparición. Para el espectador, el sentido ha sido alterado desde el
inicio y ya nada será lo que parece.
Desde una
aproximación semiótica uno de los grandes temas que atraviesa la producción de
Jorge Macchi es la ruptura de la referencialidad. En una cruzada contra el convencionalismo de
los signos, el artista se vale de códigos de representación pictórica como la
perspectiva geométrica, icónica, como los mapas, o simbólica, como la notación
musical para subvertir el sentido y generar extrañamiento en una operación
retorica esencialmente contemporánea.
La sala destinada a
su serie cartográfica se abre con “Buenos Aires tour” (2003) una obra que
consta de dos formatos, un libro y una instalación. Originalmente se expuso en
la Bienal de Estambul en el año 2003 y hoy forma parte de la colección del Museo
de Arte Contemporáneo de Castilla y
León, España.
“Buenos Aires tour
es un recorrido turístico basado en ocho itinerarios que corresponden a las
líneas de rotura de un vidrio sobre el
mapa de la ciudad de Buenos Aires. Desde
un principio la obra fue desarrollada junto con la escritora María Negroni y el
músico Edgardo Rudnitzky como una guía de turismo fuera delo común. Su objetivo
no era informar sobre la ciudad sino por el contrario poner el énfasis en lo
provisorio de lo que las fotografías representaban y lo que los sonidos
reproducían, a su vez fieles reflejos de la situación social y económica
apremiante entre los años 2000 y 2001 en nuestro país. Así es que lejos de nuestro
objetivo original esta obra terminó por ser informativa y un registro de la
época”.
Lejos del azar y
más cerca de la obsesiones formales, el resto de las obras de la serie son
mapas que por sustracción de las zonas de tierra pierden su anclaje con la
realidad y consecuentemente su utilidad. Macchi agrega: “Existe en estas obras,
además, una cuestión con la materialidad. En la medida en que son mapas vacíos,
el papel pierde sentido como soportes pero cobra sentido como material. Una
materialidad que se cae y que pierde rigidez finalmente se transforma en una
hoja muerta”.
La gran protagonista
de la segunda sala es la reproducción de “Música incidental” (1998) expuesta
por primera vez en la Galería Ruth Benzacar. Se trata de una obra crucial
dentro de la producción de Macchi dado que marca el inicio de la serie de
trabajos hechas con periódicos e información de hechos policiales pero en las
que también aparece involucrada cierta condición azarosa.
“En esta obra lo
que hice fue cruzar una colección de textos con una imagen bastante paradojal: la
imagen de una partitura vacía que produce música a través de sus líneas. Primero
me dediqué a coleccionar una serie de textos policiales de las que abundan en los
periódicos, me interesaba su carácter efímero de la noticia en sí misma y de
los personajes que involucraba. Dispuse
este conjunto de textos siguiendo el orden del pentagrama, pero siempre me
cuidaba de dejar un espacio entre el fin de una noticia y el principio de otra.
Cuando terminé la primera pagina me di cuenta que esa partitura ya no estaba
vacía, había puntos, interferencias en esas cinco líneas. Lo que hice entonces fue
hacer una trasposición de este esquema de puntos a una notación musical usando
un canon de distancia. El resultado es lo que se puede escuchar por los
auriculares, una pieza para piano muy simple con cinco notas, pero con un
esquema rítmico complejo, que de alguna manera lo que hace es seguir los
dictados del azar. La sucesión de conocimiento, muerte y olvido van creando una
especie de colchón de música incidental para la vida cotidiana, no le prestamos
atención, pero todo sería diferente si no estuviera”.
“Mi
interpretación no sirve para nada”
Durante su
adolescencia, Jorge Macchi fue un gran admirador del artista belga surrealista
René Magritte. Y hoy por hoy se siente cómodo aceptando que algunos de sus
procedimientos se vinculan la retórica
surrealista, como el collage y la desviación o condensación del sentido, pero
se aleja del mote de artista conceptual que muchos le han adjudicado.
“No me gusta
definirme y encasillar mi trabajo. Las etiquetas sólo sirven para simplificar y
confundir. Creo que los artistas
producimos un discurso complejo que no es decodificable como un texto y por eso
no debería ser clasificado. Pienso que
en la medida en que uno pone el calificativo conceptual a una obra, la imagen directamente
se desactiva, se devalua para cobrar exclusiva importancia la idea. En mi caso
es lo contrario, empiezo a trabajar con las imágenes, y las múltiples y
variadas interpretaciones surgen en el espectador. Mi interpretación no sirve
para nada, me limito a encontrar un objeto conocido y familiar que me sirve
como anzuelo o excusa para que la audiencia entre a la obra de una manera
simple. Por eso es que todo el énfasis está
puesto en lo formal, en las calidades de la materia, y por eso hay una
gran variedad. Todo apunta a ese crucial primer momento de acercamiento del
espectador a mi trabajo”.
En este sentido, el
montaje, es otra de las técnicas de las que
se vale el artista para lograr su objetivo. La discontinuidad y la interrupción
en la lectura lineal del signo, brindaría un sentido renovado a lo real,
dejando entrever la multiplicidad de métodos para aproximarse a él. Esa es la
búsqueda que se plantea por ejemplo en “Still song” (2005), el envío a la
Bienal de Venecia de año 2005.
“Supongamos que se
trata de una sala donde la gente está bailando, una bola de espejos gira y
desparrama puntos de luz por todos lados. Pero en lugar de eso, aquí tenemos
una bola de espejos que paró de rotar, una sala iluminada de manera
uniforme y esos puntos luminosos son
ahora puntos negros sobre una pared blanca, más que puntos, agujeros. Aquí
ocurrió el accidente, pareciera ser que en algún momento esta música paró, esta
rotación se paralizó y la luz se transformó de algo inmaterial e inaprensible a
algo que no solo es material sino también violento. Un accidente que activa
realidades hasta entonces desapercibidas, tal como ocurre en “Hotel” (2006).
En la obra de Jorge
Macchi, el signo ha dejado de ser estable, ya no encierra un significante y un
significado, sino que se trata más bien de un tejido polisémico de
códigos. Y esto es lo que el espectador
puede experimentar a medida que se adentra progresivamente en la exhibición del
MALBA. Así pasa por ejemplo en la
instalación visual y sonora que realizó junto a Edgardo Rudnitzky “El cuarto de
las cantantes” (2016), en donde la irrupción del lenguaje con un carácter
deconstructivo hace que el sentido del texto se contraponga con la sonoridad de
las letras, construcción formal que también está presente en “From here to the
eternity”(2013).
Perspectiva ha hecho colisionar los
diferentes niveles de lectura y representación. Tal como afirma Hal Foster el
objeto artístico se presenta de ahora en más desestructurado y el sujeto o
espectador indefectiblemente extrañado y desubicado. Como en una operación onírica
del inconsciente, la audiencia es empujada a generar sentido a través de imágenes
conocidas, índices de su propia realidad condensan los diferentes niveles de
interpretación.
Publicado en: Artishock